Sorda y el deseo como posibilidad
- Sergio Domínguez Cañestro
- 10 abr
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 11 abr

Sorda es una de esas agradables sorpresas que el cine te regala, es una pequeña película, una historia de personajes, donde todo parece encajar a la perfección. Interpretaciones en estado de gracia, de una naturalidad pasmosa, una dirección honesta y directa, sin excesos ni malabarismos, que tiene muy claro lo que quiere contar y como contarlo. El resto del elenco acompaña a los protagonistas y la historia a la perfección, una canción magnifica… Lo dicho cine para disfrutar.
El título de la película es un significante muy potente Sorda, que te introduce a lo que vas a ver y expresa una dimensión de reivindicación social. Porque está claro que existe una barrera, una escisión entre personas sordas y oyentes. Las primeras se encuentran en situación de exclusión social en aspectos muy sencillos de la cotidianidad, desde las simples relaciones personales hasta una visita médica. La película muestra con una enorme sensibilidad y sin trampas emocionales, los problemas con las que se encuentran las personas sordas.

Hay una secuencia donde se muestra las dificultades de fluidez comunicativa que se da cuando se entabla una conversación entre un grupo de personas oyentes con una persona sorda. La fuerza de la puesta en escena radica en que son personas sensibilizadas, que ponen de su parte, que lo intentan. Pero precisamente esa es la advertencia de la historia, no basta con tener buena voluntad o empatía, es necesario algo más, algo que a veces podemos solucionar y que otras tendremos que inventar. En el caso opuesto también ocurre, pues una conversación de solo personas sordas en lenguaje de signos tampoco podría ser seguida por oyentes que no conozcan ese lenguaje.
Aquí hay que agradecer a la directora, que no exprese o incida en aspectos relacionados con la identidad, porque si bien es cierto que siempre hay una identificación a personas o grupos de personas que con las que se comparten características comunes no quiere decir que la solución venga por crear una identidad que genere lazos entre iguales sino en imaginar situaciones en las que el muro del lenguaje pueda ser levantado. Evidentemente es mucho más fácil que Ángela, la protagonista se sienta más cerca, más comprendida o segura con su grupo de amigos sordos, pero esa no es la clave ni la solución.

Porque Ángela es por encima de todo un sujeto-del-deseo, un sujeto-del-inconsciente. Y como todos
es una persona atravesada por el deseo; tiene su trabajo, sus amistades, le gusta bailar, emborracharse tener sexo. Desde el psicoanálisis sabemos muy bien que el deseo es insatisfecho por definición, y que siempre se trata del deseo del Otro. Porque somos seres del lenguaje, determinados por el Otro primordial y sociofamiliar, que nos introduce en el baño del lenguaje incluso antes de hayamos nacido.
Y eso es lo que refleja de forma magistral la película. Ángela y Héctor esperan un bebé y a ese bebé ya le acompañan significantes incluso antes de nacer. ¿Será oyente o sordo? La ciencia no es capaz de dar garantías de lo que puede ser, el deseo entra en juego. La madre de Ángela muestra angustia cuestionando incluso la necesidad de que tengan un bebé, el padre no parece decir nada. La historia no está exenta de suspense pues al nacer el bebé tampoco las pruebas de la ciencia son concluyentes, así que el deseo de Héctor y Ángela entra en juego. Héctor, aunque no muestra preferencias en ningún momento es observado en secreto por Ángela a escondidas haciéndole pequeños chasquidos en las orejas al bebé. De forma hábil la directora nos posiciona en esta escena junto a Ángela, promoviendo nuestra propia subjetividad, nuestro propio deseo como espectador. Es imposible no preguntarse en ese momento sobre que desearíamos nosotros.
Pero claro Ángela que es un personaje complejo, sujeto del deseo como hemos dicho y parece desear que su hija sea sorda. Y aquí la historia va tejiendo una asociación muy sutil pero muy potente con los hijos de sus amigas. Una de sus amigas tiene un hijo oyente, y lo presenta como alguien que se avergüenza de su madre, que no quiere utilizar el lenguaje de los signos y siempre está al margen en las reuniones, con el móvil o en estado ausente. Es una actitud muy típica de los niños y adolescentes, pero se nos brindan diferentes planos de Ángela observando en silencio al pequeño, en el que claramente se aprecia una enorme distancia. En cambio, otra de sus amigas tiene una hija, en este caso sorda, y la película la muestra como muy unida con la madre y complicidad con la propia Ángela. Y tal vez la protagonista tenga un deseo, que es recriminado por Héctor, de que su bebé sea sorda, como si eso fuera una posible garantía de buena relación entre ellas, de crear un vínculo entre madre e hija. Evidentemente nada de esto se puede garantizar, pero es que hablamos de deseos y el campo del deseo está lleno de insatisfacción, pero también de equívocos.

Equívocos que no tardan en llegar entre Héctor y Ángela. Y es que Héctor parece la pareja perfecta, cuida de Ángela, la acompaña en todo momento, es sensible, amoroso, es el padre ideal, cuida al bebé, cocina, lo hace todo bien. Pero claro llega un momento que no es suficiente, porque como he dicho antes, Ángela como todos está en falta, una falta que no se puede tapar y que le hace desear más allá de ser madre. Y quiere salir con sus amigos, emborracharse, tener sexo y no sentirse culpable por ello. Porque una angustia le recorre, como a muchas madres, pero que en su caso es más complejo. No sabe si cuidará bien a su hija, si podrá atender a la demanda del llanto, si duerme y no la escucha. Pero, aunque es cierto que su reacción a la angustia es inhibirse y no hacerse cargo en un primer momento de los cuidados de su bebé como Héctor. Hay que decir que la actitud de Héctor también está atravesada por un deseo y que también es susceptible de equívocos. Sin duda está en una posición de goce, es decir de un más allá del placer, aquella satisfacción que en exceso nos duele, pero que no podemos abandonar. Y es que nadie le ha pedido que sea el salvador de nada, ni que sea lastimosamente perfecto, a pesar de toda voluntad que pone, se centra principalmente en los cuidados, pero olvida que siempre hay un deseo que va más allá. Tal vez Ángela no necesita que la cena esté lista, elegir guardería, jugar en el parque, a lo mejor se trata de reconocer el deseo de Ángela, un deseo a veces caprichoso o que no llegamos a comprender pero que es el motor de nuestra vida, la de todos, ya sean personas sordas, oyentes, ciegas, de diversidad funcional, etc. Y aquí está la clave, las personas no necesitan paternalismos, ni políticas identitarias, ni personas, ni saberes dogmáticos que imponga estilos de vidas moralistas. Necesitamos crear lazo social a partir del reconocimiento de los significantes que nos atraviesan que no son más que palabras atravesadas de deseos, deseo que el psicoanálisis sabe siempre es del Otro. Hay que separarse de la alineación al Otro, que no es otra cosa que el goce mortífero y separarnos de ese Otro, porque no es suficiente una ética de la responsabilidad, ni de una ética de ideales, se trata de la ética del deseo.
Por cierto, yo no diría que Sorda es cine español, o cine de autor, o cine social, diría que simplemente, es cine.
P.D No he visto una escena más impresionante y angustiosa que la escena del parto de Ángela, es una escena que te atrapa de la que no puedes salir, que casi sufres con ella, pienso en Otto Rank aquel psicoanalista protegido de Freud primero y discutido después que propuso la idea del trauma del nacimiento. No sé me ocurre mayor ejemplo visual.
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